Relatos para temblar. Taller de escritura en línea para jóvenes. Biblioteca Pública de Burgos

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Fecha límite: 10/02/2016

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El misterio del mausoleo

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Diciembre caía sobre el bosque de Elmore. Una neblina tibia comenzaba a colarse entre la hierba. Yo cavaba en la zanja cuando vi un bulto cerca de la anilla, lejos, a los pies del sauce. Caminé hasta el árbol y descubrí a un hombre encorvado.
—Mi nombre es Eldric Thompson —dijo. Extendió un dedo seco apuntando al sauce y comenzó su historia:
 Este sauce tiene algo especial, pero no quieras descubrirlo aún. Alrededor del árbol, cada noche de luna llena, se reúnen las almas del mausoleo. ¿Deseas saber lo que hacen con la gente? Primero deja que me aclare la voz y que comience la historia desde el principio. Todo empezó la noche en que miré en busca de la luna. Era una noche cálida de otoño. Yo vivía cerca de aquí, en la ermita de la colina, junto al mausoleo. Aquella noche estaba leyendo a la luz de una vela cuando un aura blanca se coló por mi ventana. Caminé hasta ella y miré en busca de la luna. Parecía una perla flotando sobre un bosque denso y oscuro. En ese momento me invadió una ola de sentimientos que me cortó la respiración: perdí la noción del tiempo. Podría haber estado observando una eternidad. Aquello era lo más hermoso, y a la vez tenebroso, que había visto en mi vida. Cuando quise acercarme más, para examinarlo detalladamente, me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba paralizado. Cuando conseguí recuperar la movilidad, me acerqué a la ventana y pude distinguir una forma humana, debajo, como si aquel ser fuera un alma de las que me habían hablado años atrás. Pero yo no creía en esas cosas, así que pensé que tan solo era producto de mi imaginación. Cuando me di la vuelta, el ser levantó un brazo y señaló al sauce. En ese momento me sentí aterrado: grité y salí corriendo de la ermita. Cuando quise darme cuenta estaba al lado del sauce; pensé que ya estaba a salvo, pero entonces las vi... Eran almas reunidas alrededor. Empezaron a gritar y a volar en torno a mí. Yo no conseguía entenderlas, pero al final compredí algo.
Lo hice a la mañana siguiente, cuando me desperté sobre el sauce, adormilado. Tenía dolor de cabeza y un sabor dulzón en la boca. Lo que fuera que hubiese ocurrido ayer debía de tener alguna clase de explicación. Y alguien lo sabía. Yo vivía sólo en la ermita, así que… ¿quién era el hombre que señalaba al sauce? Esperé a que se hiciera de noche y cogí una pala y una lámpara de aceite. Me puse una sotana de lana gruesa y cerré la ermita con llave. Cuando pasé cerca del sauce miré al cielo y vi como la luna se desinflaba: pasaría un mes hasta que estuviese llena de nuevo. Dejé atrás el árbol y apreté el paso, hacia el mausoleo. La puerta era una plancha de madera cruzada con barras de metal. Levanté el brazo e iluminé su centro con la lámpara de aceite. Golpeé tres veces con la pala y esperé. Realmente no creía que nadie fuera abrir la puerta, pero una voz desde dentro respondió.
—Te estaba esperado —dijo.
Y en ese momento la puerta se abrió.
  Entré con un paso lento, pero decidido. Busqué a la persona que respondió, pero allí no había nadie. Entonces la puerta se cerró de golpe y la voz volvió a hablar.
—Encuentra la otra puerta —dijo—. Ven hacia mi, pero elige bien.
Dentro de la sala había tres puertas. Quizás con tres peligros diferentes.
 Debía descubrir el misterio del mausoleo. Avancé hasta la primera puerta y la abrí, despacio. Hallé ante mis ojos un muro de tierra húmeda. La segunda puerta tenía tras de sí una galería escavada en roca que se perdía en la distancia. La tercera estaba cerrada bajo llave.
—Te encontraré —dije.
Cogí mi pala, mi lámpara y me adentré en la galería.
 La luz que desprendía la lámpara me permitió ver los grabados en la roca. Según iba avanzando, me di cuenta de que eran símbolos que se repetían. En ese momento no sabía lo que significaba, pero ahora sé que se trataba de una advertencia. No sabía cuanto tiempo llevaba andando, quizá veinte minutos, quizá una hora. Entonces llegué a una cámara con las paredes de mampostería. Tenía antorchas prendidas sobre las paredes y un altar en el centro. Allí se terminaba la galería. Me detuve, alcé mi lámpara y dejé la pala a un lado. Olía a frío y agua. Miré el altar: sobre él había una llave plateada.
—Quizás abra la tercera puerta del mausoleo —me dije.
 
Iría a comprobarlo; necesitaba la llave. No sabía qué encontraría tras la puerta, pero debía averiguarlo. El misterio del mausoleo. Alargué la mano y tomé la llave. Una luz muy roja me cegó. Cuando conseguí aclararme observé que el fuego que brotaba de las antorchas cada vez era mayor y la puerta de la cámara se estaba cerrando.
—Maldición —grité.

Apreté la llave en mi puño y me tiré al suelo. Gateé bajo la puerta. La piedra me atrapó un pedazo de túnica que se quedó rasgada bajo el muro. Gracia a dios aún tenía mi lámpara. Caminé hasta la entrada del mausoleo e introduje la llave plateada. Escuché un sonido hueco cuando se entornó la puerta. Y frío. Como si al otro lado hubiese un espectro. Alcé mi brazo: era una galería estrecha, con nichos en hilera a lo largo de las paredes. Comencé a caminar. A cada paso dejaba atrás tumbas secas de una época lejana. Algunas abiertas, otras enmohecidas. Deshilaché telas de araña y pisé polvo de hueso. Entonces lo vi. Era el hombre: estaba sentado sobre una silla de piedra al final de la cámara. 
—Es la hora, joven guardián —dijo. Y se levantó la capucha.
Sus ojos eran dos cuencas juntas, oscuras y envejecidas.
—Mi vigilia termina. Es tiempo de partír —susurró.
Y su carne se disolvió en el aire como una sábana de ceniza ondeando al viento. Las tapas de los nichos temblaron y sentí los cuerpos de los acestros reposando hasta la luna llena.

En ese momento una luz muy brillante entró en la habitación, empezó a hablarme, me dijo que era el espíritu del guardián y las almas que había visto eran antiguos guardianes que se reunían cada luna llena, y que gracias a mí había conseguido dejar su cuerpo y que ahora me tocaba ser a mi el guardián, hasta que yo encontrase de nuevo un sustituto.
—Y así es cómo termina mi historia —dijo Eldric Thompson—, me convertí en el relevo del anterior guardián.
Yo no respondí nada. Miré al sauce y sentí un olor a tierra húmeda y a paso del tiempo, a ropa vieja y a humo. El viejo guardián se encogió dentro de sus ropajes y cuando quisé abrir la boca ya sólo había aire bajo la tela.
—Ahora es tu turno...
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