Turismo-ficción en la provincia de Burgos. Concurso de relatos colectivos.

Bases concurso

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Llevamos: 10 de 10 turnos

Turnos saltados: 2 turnos

Fecha límite: 01/05/2016

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De los cañones a las estrellas (Relato 1)

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Mi novio, Koldo, era pintor. Solía plantar su caballete en el cañón del Rudrón, en lo alto de los roquedales. Mientras él pintaba amaneceres (me hacía madrugar muchísimo) yo me dedicaba a pasear y a veces bajaba hasta el río. Me fascinaban las libélulas y, a escondidas de Koldo, empecé a dibujarlas. Me interesaban especialmente aquellas, de alas azul transparente, que se atrevían a acercarse a explorar mi libreta. A veces, incluso se posaban curiosas deteniendo el tiempo y mi respiración. Las memorizaba fotográficamente sabiendo que el más pequeño movimiento rompería el hechizo. Koldo me sorprendió una vez en ese trance observador.
Había abandonado su lienzo en una extensa llanura del páramo. Aún inacabado, sobre la superficie blanca se mezclaban inquietos los tonos verdes, marrones y ocres, atravesados por el azul intenso del serpenteante cauce del Rudrón. Su presencia inesperada me sobresaltó, y dejé caer el cuaderno entre las hierbas altas que acariciaban mis piernas. Koldo se acercó. Sabía que me gustaba dibujar, pero desconocía mi pasión por las libélulas. Cuando vio uno de mis dibujos, no pudo disimular una sonrisa de satisfacción y me pidió que continuase dibujando junto a él. El día era perfecto para ello, pues el brillo de los rayos del sol confería al paraje una viveza impresionante.
Esa mañana era especial para los dos, hacía cinco años que nos conocimos en la Cueva del Azar. Y fue el azar quien hizo que nos tocara sentar de lado a la hora de comer. Compartir el fabuloso arroz con leche de Casa Estela, buena charla y cinco años. Esa era nuestra historia. Acostumbrábamos a llevar una cesta con comida casera. Parando en cualquier rincón al lado del río, pero ese día regresaríamos a Casa Estela.
Le había preparado a Koldo una sorpresa, en el Molino de Orbaneja querían adquirir un par de cuadros para sus habitaciones. Koldo era muy reservado con su pintura y no sabía si había sido buena idea vender su obra sin permiso. Pero hacía tiempo que no vendía nada
 , ni parecía tener intención de hacerlo.
Volví a las alas de mi dibujo y mi mente revoloteó inquieta entre la idea de que Koldo se sentiría halagado, o tomaría como una ofensa, mi osadía al tramitar una venta no autorizada por él. No siendo un tipo violento su forma de demostrar enfado, reduciendo al màximo miradas y afectos, siempre me intimidaba.
 Pronto saldría de dudas. Tras parar a almorzar en el sitio donde nos conocidos, seguimos camino hasta Orbaneja. Cuando llegamos al Molino, mi corazón latía desbocado. Íbamos a pasar la noche allí, para celebrar nuestro aniversario. Sin darme tiempo a reaccionar, Koldo entró en el dormitorio y se quedó paralizado. En la pared colgaba un lienzo suyo. De repente, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Visiblemente emocionado, se abrazó a mí, y no me soltó hasta pasados unos minutos. Sin mediar palabra, me cogió de la mano y me llevó a la cascada de Orbaneja.
Allí, envueltos por el murmullo del agua, bajo la luz de la luna y el cielo estrellado, estábamos solos él y yo... y las libélulas.
 Aún cogidos de la mano. Saltamos el muro y me llevó debajo del gran árbol que hay junto a la cascada. No hablaba, su rostro transmitía la misma paz y tranquilidad que te envolvían junto a las aguas cristalinas de Orbaneja. Parecía que Koldo escuchara el agua, esperando que le dictara las palabras adecuadas. Él también tenía una sorpresa.  Con un misterio inusual en él, Koldo me dijo que me esperara un momento. Se agachó cerca de la raiz del gran árbol y sacó de detrás una libreta. Fue pasando las hojas una a una. En blanco fueron tres y a la cuarta, apareció el dibujo de un bebé. ¿Quieres tener un hijo conmigo?. Con una sonrisa dije "Si, pero si es niña se llamará Libélula".
Filtros:
  • Situación de la acción: Parque natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón. 

¡El concurso se ha acabado!

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