Turismo-ficción en la provincia de Burgos. Concurso de relatos colectivos.

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Fecha límite: 01/05/2016

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De los cañones a las estrellas (Relato 4)

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Mi novio, Koldo, era pintor. Solía plantar su caballete en el cañón del Rudrón, en lo alto de los roquedales. Mientras él pintaba amaneceres (me hacía madrugar muchísimo) yo me dedicaba a pasear y a veces bajaba hasta el río. Me fascinaban las libélulas y, a escondidas de Koldo, empecé a dibujarlas. Me hacía con mi bloc de dibujo y unos lápices y tomaba asiento cerca de algún charco, pues era su hábitat preferido. Eran como helicópteros de juguete, con su cuerpo alargado, sus grandes alas y sus impresionantes ojos. Pero si había algo que plasmaba verdaderamente bien, era la belleza de los paisajes del Rudrón.
Un bonito día de abril, me dirigí hacia uno de mis rincones favoritos. Este era un bucólico y a la vez mágico escondite, junto a las aguas del Rudrón. Mientras contemplaba embelesada el vuelo de las libélulas, un hermoso ejemplar se posó junto a mí. Al principio me dediqué simplemente a observarlo, pero cuando este alzó el vuelo, decidí seguirlo. Aquel simpático animalito me guió por un laberinto de hayas de tronco esbelto y grisáceo hasta el pozo azul de Covanera. Ahí estava mi chico, tratando de captar en un simple dibujo la belleza de aquel magnífico paraje. Lo observaba en silencio, cuando de repente ví como una oscura silueta emergía de las profundidades de la surgencia. En seguida me puse de pié para tener una mejor visión, pero la extraña figura había desaparecido. Era como si el reflejo de la luz del sol sobre las cristalinas aguas del Pozo Azul, jugara a las escondidas conmigo. Decidí acercarme hasta la orilla del manantial para tratar de descubrir el misterio. Mientras, Koldo seguía ensimismado en su obra.
Percibí una cálida voz de mujer que provenía del agua y, entre susurros, me indicó que cruzase la cascada de Orbaneja. Cautelosamente, me adentré en el corazón de la cascada y divisé una mujer de cabellos cenicientos. Portaba un vestido blanco de brillantes y me cegaba su tez blanquecina. Era la dama del Rudrón y quería encomendarme una misión. Susurrándome, me invitó a pedirle la mano a Koldo, y a cuidar de él como nadie. Él era el que mejor había sabido plasmar uno de los tesoros más valiosos de Burgos, y por el bien de la zona y el de sus habitantes, debía seguir inmortalizando la belleza de esos paisajes en sus pinturas para que pudiese ser apreciada por todo el mundo. Tras las palabras de la dama del Rudrón, salí de la cascada y corrí en busca de Koldo. Esperaba encontrarle en uno de sus lugares favoritos: Castrosiero. Dejé atrás Escalada, Quintanilla-Escalada y llegué a Valdelateja. Aquí empecé a ascender hacia Castrosiero. A pesar de la distancia recorrida, nada me detenía en mi aliento por llegar donde Koldo.
Desde lo más alto de la peña observé ensimismada aquél precioso paisaje, hasta que me di cuenta que Koldo no estaba por ningún lado. Grité su nombre con todas mis fuerzas pero solo el eco de las montañas me respondió. Abatida reposaba junto a la pequeña ermita de Santa Centola y Elena, cuando de repente oí una voz femenina que me resultó familiar. Era la dama del Rudrón, que vino en mi ayuda. Recuerdo claramente su voz serena, pidiéndome tocar tres veces la tradicional campana de la antigua iglesia. Entonces Koldo, mágicamente, llegaría a mí antes del atardecer. Así lo hice, sin dudar un segundo. Luego, me dediqué a aguardar pacientemente la llegada de mi amado.
Cincuenta años han transcurrido y aún me estremezco al recordar la última petición de la dama.
Los cuadros de Koldo cobrarían vida y podríamos velar por la grandeza de esta tierra al introducirnos en ellos, pero ya sólo queda uno; las estrellas del Rudrón.
Juntos, lo atravesaremos esta noche para ascender al cielo y brillar con fuerza, por siempre.
Filtros:
  • Situación de la acción: Parque natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón. 

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