MIEDO ¡MUCHO MIEDO! Taller de escritura en línea para jóvenes. Biblioteca Pública de Zamora.

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Fecha límite: 02/12/2014

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El misterio de Clyde Fitchpatrick

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Ascendimos al borde del acantilado y desde lo alto pudimos observar la vieja ermita rompiendo el oleaje. Como en un cuento de Edgar Allan Poe, escuché un ruido, me giré y miré fijamente al anciano. Señaló con sus dedos fatigados hacia el minúsculo templo y, tras una breve pausa, me contó esta vieja historia que dice así:
 Hace un tiempo, suficiente como para que una nueva generación madure, ocurrió algo. Aunque han pasado muchos años, no son suficientes como para que los recuerdos de esta aventura no hayan cesado de atormentar mi mente anciana en las noches tormentosas, o en las que la luna parece haberse olvidado de salir por los recuerdos despiadados de la vida. -Sucedió aquí-Prosiguió.
Entonces, un relámpago iluminó el cielo y pude ver mejor su rostro encapuchado por una prenda raída que le colgaba hasta las rodillas. Su piel, curtida como el cuero, estaba surcada de cicatrices.
Sólo lo sabíamos él y yo. Y él está muerto. Así que, más vale que te lo cuente o esta historia se perderá para siempre.


Le pregunté al anciano, sin duda desgastado por los años, si podíamos entrar en la vieja ermita y allí empezar a relatar la ansiada historia. Asintió, sacó una enorme llave y entramos. Me quedé pasmado al ver la situación que se cernía sobre nosotros. Nos sentamos sobre uno de los bancos de madera y comenzó, serio.
-Hace 50 años
 , en el campamento donde mi amigo y yo nos conocimos, hubo una extraña epidemia en la que fallecieron muchos niños. Quedamos mi compañero, un monitor y yo. Descubrimos que él era el culpable y por eso habían fallecido todos. Le matamos entre los dos y juró que, si alguno de nosotros lo contaba, moriríamos al instante.
En ese momento, una vieja viga de la ermita cayó y el hombre murió.

Desde aquella noche el anciano está presente en todos mis sueños. Siempre pensé que era, simplemente, un fruto de mi imaginación. Sin embargo, esta situación me atormenta. Cada día su extraña historia está más presente en mi vida y quién sabe, quizás la única forma de librarme de ella sea contártela a ti.
La ermita no era más que un viejo edificio casi vacío. Ninguna imagen decoraba sus paredes y apenas se conservaban algunos bancos. No había crucifijos ni santos, pero el anciano la visitaba todas las noches. ¿A quién debía adorar? ¿Qué tipo de oraciones practicaba? Delante de mí, sólo decía: "¡calla! Está ahí, en el altar. ¿Acaso no puedes verlo?" Miró al frente y, justo encima del altar, pudo observar un gran crucifijo aparecido de la nada. No era normal, la figura tenía los brazos cruzados sobre su ensangrentado pecho y poseía el rostro terrorífico de un anciano. Tras contemplar la imagen, una viga cayó sobre mí y desperté gritando justo cuando el madero me aplastaba contra el suelo. Estoy harto. No puedo seguir teniendo pesadillas. Decidí investigar sobre la procedencia del anciano. Solo podía volver a la ermita.
No era tan siniestra rodeada de policías. Pero es el lugar de mis pesadillas, así que todavía me infunde temor. Le pregunté a un agente que respondió a mi primera pregunta. El nombre del anciano era Clyde Fitchpatrick.
 Cuando me enteré del nombre del anciano, recordé nítidamente la noticia que yo mismo publiqué hace 5 años y lo poco que pude investigar a cerca del suceso acontecido allí. No dejaba de pensar que había tenido la exclusiva de la historia al alcance de la mano, pero de nada servía lamentarse. Decidí seguir investigando. Y volví a la ermita.
Acudí solo. Aterrorizado. Hasta tal punto, que no me fiaba ni de mi propia sombra. Me asusté incluso de un pequeño roedor que se cruzó ante mí. Y llegué allí, justo delante de la fachada que me causaba pánico. Decidí enfrentarme a mis miedos y empecé muy confiado pero, poco a poco, mi fuerza de voluntad decreció. Entré. El silencio envolvía el ambiente y descubrí atónito, en el altar, una cruz enorme con un hábito por encima. Me acerqué. Lo saqué del enorme crucifijo y cayó un papel doblado sobre varias mitades donde se apreciaba... ¡Escritura en braille! No salí de mi asombro hasta que se oyó un sonido procedente de la pequeña sacristía. Pensé en irme corriendo, pero afronté mis miedos.
Me acerqué despacio a la puerta y me asomé. Pude ver una silueta a contraluz quieta en mitad de la sala. La miré fijamente, con curiosidad. De pronto, se iluminaron dos ojos anaranjados que se clavaron sobre mí. Sentí calor. Mi pierna izquierda temblaba y un dolor punzante me atravesaba el pecho sin que pudiera moverme para evitarlo. La tenebrosa figura caminaba lentamente hacia mí. Su respiración acompasada hacía más tétrico ese momento. Cuando se acercó lo suficiente pude ver que la figura de Clyde se erguía ante mis ojos. Había vuelto de entre los muertos y allí estaba, frente a mí, frente a la única persona que le vio morir. Abrió la boca despacio y me dijo:
-¿asustado?- Preguntó con una mezcla de sarcasmo y un tono de voz quebrado característico de un anciano.
Mi corazón latía cada vez más deprisa.
Aquello era imposible, él... ¡Estaba muerto!
Tenía que ser otra de sus pesadillas, pero todo era tan real.
Entonces aquellos ojos de fuego le miraron a la cara
 y con su mano nerviosa, me asestó un fuerte golpe en la cabeza. Caí inconsciente. Me desperté con bastante dolor de cabeza, pero fuera de la ermita y al borde del acantilado. Rememoré los hechos, descubrí que el anciano había intentado matarme a sangre fría y me vino a la mente la última frase que salió de su boca: "si no dejas de investigar, acabaré contigo".
¿Sería yo el único que le veía ahora que estaba muerto? Para averiguarlo, fui a casa de mi mejor amigo y, ya que sus hermanos estaban allí, se me ocurrió llevarlos como testigos. Regresamos todos al lugar mientras les explicaba lo ocurrido. Llegamos a la ermita, pero ¿y el muerto? ¿dónde estaba el muerto?
De la boca de mis amigos salieron palabras ofensivas hacia mí. Cosas que, muy probablemente, yo no hubiera dicho. Me quedé pensativo. Acto seguido, pedí perdón a mis compañeros y les invité a que se fueran a casa.
Estaba estupefacto. Nunca pensé que de la boca de mis amigos salieran cosas así. Pero debía centrarme, mi vida corría peligro, o creía que corría peligro, cada vez estaba más confuso, como preso por una maldición o una enfermedad. Tal vez la vida.
 Me sentí solo y enfermo, cansado. Incapaz de discernir el sueño de la realidad. No sé cómo desperté y lo vi todo claro. El contacto con Clyde Fitchpatrick me había contagiado una extraña enfermedad, la misma que contagió a todas sus víctimas. Primero perdían la noción de la realidad y después las aniquilaba. Era su modus operandi, pero yo podía salvarme.
Sobre mi mesita de noche había un diminuto bote lleno de pastillas. A su lado, una nota en braille. Tomé una pastilla y al momento me sentí mejor. Ya era capaz de mirar alrededor sin miedo, podía pensar y ser consciente de mis reflexiones. Tenía muchas preguntas en mi cabeza. No sabía qué alma bondadosa había dejado el bote allí, pero estaba bien. Probablemente, nunca había estado mejor. Examiné la nota y por detrás estaba escrito:
"Para ti, de Clyde Fitchpatrick".

¿Desde cuándo los muertos regalan antídotos? Sólo había una manera de comprenderlo todo. Por eso, decidí traducir la nota en braille: "Te contagiaste de la enfermedad en el momento en el que cayó esa viga. Los recuerdos que tienes de la ermita han sido un mal sueño. Disfruta de tu vida y gracias por escuchar mi historia. Ahora descanso en paz".
Filtros:
  • Pautas:: Estructura básica del texto. El narrador espejo. 

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