FUERA DE LUGAR (Castellano. Relato 13)
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Volví a mirar la entrada para asegurarme del todo. No quería que me ocurriera como en el teatro, cuando me equivoqué de butaca. Y de día. Y de teatro. No, esta vez no había duda. La entrada era para ese partido, y para ese asiento. Así que me armé de valor y dije, suavemente: “Perdone, creo que se ha sentado en mi sitio”. Amablemente, el joven apuesto me miró de soslayo y pronunció: "Disculpe, me he sentado aquí ya que la visión desde este punto es exquisita. Ahora mismo le cedo su asiento". Agradecido, deposité mis cosas en el asiento y empecé a fijame en la majestuosidad del campo, ahora repleto de seguidores como yo, esperando a que el árbitro pitara el inicio. Me sentía pletórico y emocionado. Sabía que nada podría enturbiar la ilusión que invadía el estadio. Los niños se agolpaban frente una de las porterías, cuando uno de ellos exclamó: " ¡Hoy seremos triunfadores, pues hoy nuestro equipo saldrá victorioso de este encuentro". La final era inminente, había llegado el momento.
Como algo habitual en cada partido, un ritual, la mirada de mi vecino perico, me ordenaba sacar las pipas de mi mochila blanquiazul, y como no, unas botellas de pet Cola (sin tapón), para cada uno de nosotros. Como siempre, toda esta previa antes de empezar el partido, estaba acompañada por las sonantes y mágicas voces de nuestra afición.
Y por fin llegó el esperado momento. Ese en el que todo el campo se pone en pie, con las bufandas en alto, las banderas ondeando en el viento y el canto unánime de todos los pericos que nos encontrábamos en el estadio. Salían los jugadores al campo, pero no como en cualquier otro partido, no, este era diferente, se veía en sus miradas. En juego estaba el ser o no ser el primer equipo de la ciudad, después de muchas décadas, y gracias a la llegada de la República Popular China a nuestro corazón, eran muchas las posibilidades de lograr la victoria delante de nuestro eterno rival. Un gran mosaico con la imagen de Dani Jarque, cubría todo nuestro moderno y brillante estadio. Por fin sonó el pitido de inicio. Uff... hacía tiempo que no vibrábamos en el estadio de esa manera. Nuestros fieros jugadores se dejaban la piel en cada pase, contagiándonos con esa energía. Los niños, con las caras pintadas de blanc-i-blau, corrían escaleras arriba y abajo, gritando de emoción, mientras nuestros aguerridos jugadores dominaban. Corría el minuto veintiuno cuando se produjo la ovación más esperada. En efecto, todo el estadio se alzó al unísono, componiendo un gran número 21 que se abarcaba desde todos los asientos, incluso desde los más remotos. Con estupor y perplejidad, se comete una terrible falta en el área contraria:¡penalti a favor del equipo local! ¡Vamos Espanyol! Se hizo el silencio, todos los aficionados y jugadores dirigieron su mirada hacia el reloj digital que se encuentra en la parte posterior del marcador electrónico de nuestro estadio, y sí, era el minuto Jarque, ese minuto el cual, desde hace ya 7 años, estabamos esperando poder celebrar un gol y dedicarselo a nuestro eterno capitán. En ese momento de nervios y de tensión es cuando realmente te das cuenta del sentimiento que llevamos dentro. Y de repente, el balón en el fondo de las mallas y todo el estadio en pie. ¡GOL! Aquello era una locura, desconocidos abrazándose, llorando juntos de alegría... Durante los 72 minutos siguientes seguimos dejándonos el alma en animar al equipo. Hasta que llegó el momento. El arbitro miró el reloj, seguidamente a los linieres y cuarto arbitro, alzó la mano izquierda y situó el silbato en la boca y..., habíamos logrado ganar al F.C.B, en ese momento me sentí como en casa, porque realmente lo es, pero también creía estar fuera de lugar, necesitaba compartir esa inmensa alegría con toda mí familia perica.
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Ens fa il·lusió (i el jurat ho tindrà molt en compte) que els relats d'aquest concurs reflecteixin l'experiència de viure els partits des de la grada com la millor manera de ser perico. Visca l'Espanyol!
